lunes, 8 de noviembre de 2010

Iglesia santa e iglesia masónica según la venerable Catalina Emmerich

Ya hace dos años que publicamos otro post sobre la cuestión de la masonería en la iglesia y la titulábamos masonería amorfa. Hablar de masonería suscita impresiones negativas, como si ello significara una visión conspiranoide, y efectivamente es cuestión a veces demasiado recurrente en determinados círculos, y hay la impresión sobre la masonería como algo caduco históricamente, cuando su tiempo álgido hubiera sido la época de las grandes condenas papales, pero que ya habría pasado.
Un método mejor es dejar a un lado las cuestiones meramente formales, las que han formado la imagen histórica de la masonería, y ver que la masonería es cuestión de corazón y de mente mucho más que una cuestión de pertenencia formal a una logia. Para aclararnos mejor añadamos algunos datos de cómo se formaron los masones en la edad media.
Eran trabajadores dedicados a la creación de edificios eclesiásticos, en especial iglesias y catedrales. Tal fue su importancia que fundaron gremios capaces de hacer lobby ante reyes y señores y conseguían estar exentos de las leyes comunes. El poder de algunos grupos de masones creció y fue capaz de imponerse ante las diversas jerarquías.
Pero actualmente lo central no es estar dentro de grupos literalmente masónicos, lo que también existe desde luego, sino que para ser masón en la iglesia basta una condición: querer construir (de ahí maçon, constructor), una iglesia desde el poder humano, la inteligencia humana, el proyecto humano, los criterios humanos.
Una iglesia que llevará nombre de tal, pero que será sólo iglesia representacional, no real. Y la representacional coincidirá con la real sólo en algunos, aquellos que sigan los designios divinos, el oráculo divino. Y quien(sea alta o baja jerarquía o laico) opere sin preguntarse y asegurarse si lo que surge en su interior o en las disposiciones corporativas es humano o divino en cuanto a proyectos sobre la iglesia y la vida eclesial, quien tenga en nada los oráculos, y las formas de seguridad espiritual (sacrificio y oración previas siempre), quien opere sin discernimiento, sin coloquio divino (sin ganarse mejor dicho el coloquio divino) será en definitiva masón, y serán logias todas las agrupaciones que operen igualmente sin obligarse a la inspiración divina.

Reproducimos visiones coherentes con todo esto de la venerable Ana catalina emmerich que tomamos de http://elfinaldelostiempos.com.mx/


Ví a la Iglesia de San Pedro y a una gran multitud de hombres afanados en destruirla, mientras otros trabajaban en restaurarla. Los trabajadores estaban esparcidos por todo el mundo y me admiraba la conformidad de sus trabajos. Los obreros que trataban de destruir el templo, arrancaban pedazos del mismo; entre éstos distinguí a muchos herejes y apóstatas. Trabajaban de acuerdo a ciertas reglas los que llevaban mandiles blancos, con bolsillos, bordeados con
bandas azules y llanas sujetas a la cintura. Estaban vestidos con toda clase de trajes; entre ellos había hombres altos y corpulentos, con uniformes y estrellas; pero éstos no trabajaban, sino que indicaban en los muros, con la llana, dónde y cómo habían de demoler. Ví con espanto que entre ellos había sacerdotes católicos. A veces, cuando no sabían cómo demoler, se acercaban a uno de los suyos, que tenía un gran libro, en el cual parece que estaba indicado cómo estaba
hecho el edificio y la manera de derribarlo. Después señalaban con la llana una parte de él, para que fuera destruida, la cual, en efecto se derrumbaba. Los que derribaban el edificio, obraban tranquila y seguramente, pero con timidez, secretamente, puestos como en acecho.

He visto al Papa en oración rodeado de falsos amigos, que muchas veces hacían lo contrario de lo que se les mandaba. Vi a un hombre malvado, negro y de baja estatura, trabajar muy activamente contra la Iglesia. Mientras el templo era destruido por éstos en alguna parte, reedificábanle otros por otra parte, pero sin energía ni vigor. Vi a muchos eclesiásticos a quienes conocía, entre ellos el Vicario General, cuya vista me causó mucha alegría. Pasó sin
turbarse por entre los demoledores y dispuso lo necesario para la conservación y restauración del templo. Vi también a mi confesor llevar una gran piedra, dando un buen rodeo. Vi a otros sacerdotes, perezosos, rezar las horas con su breviario y llevar, muy de tarde en tarde, alguna piedrecita bajo los hábitos o alargársela a otros. Parecía que ninguno tenía confianza ni gusto en el trabajo, puesto que trabajaban sin dirección y sin saber lo que hacían. Aquello era aflictivo.
Ya estaba destruida la parte anterior de la Iglesia y no quedaba en pie más que el Sagrario. Yo estaba muy triste, pensando dónde se hallaría aquel hombre con veste roja y bandera blanca, que se me había representado otras veces sobre la misma Iglesia, salvándola de la destrucción.

La Santísima Virgen protege la Iglesia.

Entonces vi a una gran Señora, llena de majestad, que venía por la gran plaza que hay delante del templo. Tenía un manto extendido, sujeto con ambos brazos y se movía apaciblemente en el aire. Detúvose en lo alto de la cúpula y extendió su manto, que brillaba como el oro, sobre todo el recinto de la iglesia. Los demoledores dejaron de trabajar en aquel momento. Quisieron proseguir su obra de destrucción, pero no pudieron acercarse al espacio protegido por el
ancho manto. Entretanto los que trabajan en reedificar la iglesia, mostraban extraordinaria actividad. Vinieron muchos hombres oscuros, ancianos e impedidos y muchos jóvenes vigorosos; mujeres y niños, sacerdotes y seglares, y muy pronto estuvo casi del todo restaurada la iglesia.
Vi entonces venir un nuevo pontífice en procesión. El Papa era mucho más joven y enérgico que el anterior. Fue recibido con gran solemnidad. Parecía que iba a consagrar la iglesia, pero oí una voz que decía que el templo no necesitaba nueva consagración, pues la parte principal de él, el tabernáculo, no había sido destruido. Debía celebrarse una doble fiesta en toda la Iglesia: un jubileo universal y la restauración de la Iglesia. Antes que el Papa comenzara la fiesta, había preparado a los suyos y éstos lanzaron de la asamblea, sin contradicción ninguna, a una multitud de eclesiásticos, unos de mucho viso, otros de poca significación, los cuales salieron murmurando, llenos de cólera. El Pontífice tomó a su servicio a otros eclesiásticos y a otros seglares. Después empezó la gran solemnidad en la Iglesia de San Pedro. Los que trabajaban con mandiles blancos mantuviéronse silenciosos, circunspectos y tímidos, mirando si alguno los observaba.

El Arcángel San Miguel lucha por el Triunfo de la Iglesia.
(30 de diciembre de 1819)

He visto nuevamente la Iglesia de San Pedro con su gran cúpula. Sobre ella resplandecía el Arcángel San Miguel vestido de color rojo, teniendo una gran bandera de combate en las manos. La tierra era un inmenso campo de batalla.
Los verdes y azules luchaban contra los blancos; estos sobre los cuales había una espada de fuego, parecía que iban a sucumbir; no todos sabían por qué causa combatían. La Iglesia era de color sangriento como el vestido del Arcángel.
Oí que me decían: “Tendrá un bautismo de sangre”. Cuanto más se prolongaba el combate, más se apagaba el vivo color rojo de la iglesia y se volvía más transparente. El Arcángel descendió y se acercó a los blancos. Lo ví delante de todos. Éstos cobraron gran valor, sin saber de donde les venía. El Ángel derrotó a los enemigos, los cuales huyeron en todas direcciones. La espada de fuego que estaba sobre los blancos, desapareció. En medio del combate aumentaban las filas de los blancos: grupos de adversarios se pasaban a ellos y una vez se pasaron en gran número.
Sobre el campo de batalla había, en el espacio, legiones de santos que hacían señales con las manos, diferentes unos de otros pero animados del mismo espíritu.


Ve a San Francisco de Sales y a Santa Juana de Chantal.
(Domingo de infraoctava de la Santísima Trinidad, 1820)


Para consuelo mío he visto cuadros de la vida de los dos santos: San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal. Decían que los tiempos que corremos son muy tristes; pero que después de muchos desastres, vendrá un tiempo suave y apacible, en que los hombres estarán muy unidos unos con otros y se amarán mucho; entonces florecerán muchos monasterios en el verdadero sentido de la palabra. Ví también una imagen de estos lejanos tiempos, la cual no puedo describir; de ahí se alejaban las tinieblas de la noche y surgían la luz y el amor. Vi toda clase de cuadros relativos al Renacimiento de las órdenes religiosas.
Los tiempos del Anticristo no están tan próximos como algunos creen. Han de venir precursores del mismo. He visto en algunas ciudades maestros de cuyas escuelas podrán salir esos precursores.

Ve la Iglesia de San Pedro en peligro.
(28 de agosto de 1820)

Ví una imagen de la Iglesia de San Pedro, donde me parecía que el tiempo flotaba sobre la tierra y que muchos corrían presurosos a ponerse debajo de él para transportarlo, grandes y pequeños, sacerdotes y seglares, mujeres y niños y aún ancianos impedidos. Yo sentía grande angustia e inquietud, pues estaba viendo que la iglesia amenazaba ruinas por todas partes. Pero todas aquellas gentes se pusieron debajo de ella sosteniéndola con sus hombros; cuando esto
hacían todos tenían la misma estatura. Cada uno estaba en su puesto: los sacerdotes debajo de los altares; los legos debajo de las columnas y las mujeres a la entrada. Era tan grande el peso que todos soportaban, que creí que serían aplastados. Sobre la Iglesia aparecía el cielo abierto y los coros de los santos la sostenían con sus oraciones y sus méritos y ayudaban a los que la sostenían sobre sus hombros. Yo estaba flotando entre unos y otros. Ví que los que la
llevaban se movían hacia delante y que una fila de casas y palacios que había enfrente caían por tierra, como las espigas de un campo, al pasar sobre ellos la iglesia y que la misma iglesia fue puesta allí sobre la tierra.
Entonces tuve otra visión. Ví que la Santísima Virgen estaba sobre la Iglesia y alrededor de ella los apóstoles y obispos. Abajo vi grandes procesiones y solemnidades. Ví que todos los malos pastores de la iglesia, que habían creído que podían hacer algo con sus propias fuerzas, sin recibir la virtud de Cristo, de los vasos de sus santos predecesores y de la iglesia, fueron lanzados y reemplazados por otros. Ví que desde lo alto recibían bendiciones y que se obraban
grandes mudanzas. Ví al Papa que dirigía todas estas cosas. Ví elevarse a dignidades, a hombres muy pobres y a jóvenes.

Ve una Iglesia falsa en contra de la Iglesia de Roma.
(12 de septiembre de 1820)

He visto construir una iglesia curiosa, falsa y perversa. Había en el coro tres divisiones, cada una de varias gradas, unas más altas que las otras. Debajo se extendía una oscura extensión llena de tinieblas. Sobre la primera de estas divisiones vi que arrastraban un asiento, en la segunda una gran taza llena de agua; sobre la más alta había una mesa.
No he visto ningún ángel presente en la construcción; pero estaba la especie más ardiente y curiosa de los múltiples espíritus de los planetas, que transportaban toda clase de objetos bajo esta techumbre; y allí abajo, ciertas personas envueltas en una especie de manteletas o capas eclesiásticas, llevaban todas esas cosas afuera. Nada venía de lo alto en aquella iglesia; todo provenía de la tierra y de la oscuridad, y los espíritus de los planetas lo traían y lo preparaban
todo. Sólo el agua parecía tener en sí misma fuerza saludable y en cierto modo santificante. He visto traer luego dentro de esa iglesia una gran cantidad de instrumentos. Muchas personas y también niños llevaban utensilios e instrumentos de la más variada especie para hacer y producir alguna cosa; pero todo era oscuro, pervertido, privado de vitalidad y no se veía más que separación y división.
Cerca de ésta he visto otra iglesia luminosa, colmada de gracias de lo alto; he visto a los ángeles subir y descender y he visto allí vida y crecimiento, aunque también disipación y negligencia. A pesar de todo era un árbol lleno de jugo y de fuerza vital en comparación de la pseudo iglesia, que parecía un sarcófago de reliquias muertas y de figuras.
Una iglesia era como un ave que vuela y se remonta en los aires; la otra como un barrilete hecho de papel por los niños, lleno de nudos, de adornos y de trozos de papel de colores en la cola, que se arrastra sobre un campo árido cubierto de estopa, en vez de remontarse a los aires. He visto que muchas de las cosas reunidas en aquella iglesia estaban amontonadas en contra de la iglesia viviente: así he visto dardos y flechas. Cada uno se empeñaba en llevar ahí dentro alguna cosa, como bastones, varas, pompas de agua, garrotes de toda clase, muñecos y espejos. Allí había
trompetas, cuernos, fuelles y toda clase de objetos de toda clase y manera. Bajo la bóveda de la sacristía se afanaban por hacer pan; pero no fermentó y quedó todo abandonado. He visto a aquellos hombres con la manteleta llevar leña delante de las gradas sobre las cuales estaba el púlpito y encender fuego y soplar con los fuelles y con la boca y afanarse mucho; pero no salía de allí más que humo de una oscuridad espantosa. Entonces hicieron una abertura por arriba y colocaron un tubo; pero aquel fuego no quiso prender y se hizo tan denso de humo que terminó por sofocar.
Otros soplaban en las trompetas y clarines y se esforzaban de tal modo que parecía les salían a los ojos por las órbitas; pero todo quedó allí abandonado en el suelo y luego desapareció bajo tierra; de modo que todo era muerto y ficticio y vana obra humana.
Esta iglesia es en verdad obra de los hombres, en conformidad con la nueva moda, como lo es la nueva iglesia, no católica, de Roma, que es también de esa especie.

Ve la obra de los espíritus malos en la falsa iglesia.
(12 de noviembre de 1820)

He viajado por un país oscuro y frío y llegué a una gran ciudad. Allí dentro he visto de nuevo la extraña gran fábrica de la iglesia; pero he visto que allí no hay nada de santo, sino innumerables espíritus planetarios que trabajaban en torno de ella. He visto todo esto como veo, de modo parecido, hacerse una obra eclesiástica católica de común acuerdo entre los ángeles, los santos y los cristianos; pero aquí las formas empleadas eran mecánicas, y las ayudas y los medios de otra especie. He visto subir y bajar y enviar rayos y luz por muchos espíritus planetarios cobre aquella gente que trabajaba. Todo se hacía y resultaba según la pura razón humana. He visto allá arriba, en las altas regiones, cómo un espíritu hacía líneas y diseñaba figuras y cómo luego aquí en la tierra se ejecutaba, porque veía que uno abría los cimientos y hacía aberturas o planos. He visto que la acción de estos espíritus planetarios, que trabajan para sí y para esa
gran fábrica, extendían su influjo a las más remotas comarcas. Todo aquello que parecía necesario o sólo útil a la fabricación y existencia de esta iglesia, he visto excitarlo y ponerlo por obra en los más apartados lugares y distancias y he visto ponerse de acuerdo hombres y cosas, enseñanzas y opiniones para cooperar a la obra. Había en todo ese cuadro algo de admirablemente egoístico, de orgullosamente seguro y violento; y que todo tuvo éxito lo vi en un cuadro múltiple de cosas; pero no he visto siquiera un solo ángel o un santo concurriendo a la obra. El cuadro que he visto era grandioso y perverso.
He visto también mucho más lejos y detrás de aquel asiento o trono, un pueblo feroz armado de picas, y un rostro feo que sonreía y decía: “fabrica no más lo más sólido que quieras; nosotros la destruiremos”. Penetré además en una sala grande de aquella ciudad donde se celebraba una ceremonia odiosa, una horrible y falsa comedia. Todo estaba tapizado de negro. Uno fue puesto dentro de un catafalco y luego resucitó. Él estaba presente en persona y llevaba en el pecho una estrella. Parecía que esto significaba una amenaza de que así sucedería. He visto dentro al diablo en mil formas y figuras. Todo era densa y oscura noche: aquello era horrible.

Ve nuevamente la iglesia de San Pedro.
(10 de septiembre de 1822)

He visto la Iglesia de San Pedro del todo destruida, excepto el coro y el altar mayor. San Miguel, armado y ceñido, descendió a la Iglesia y con su espada impidió que entraran en ella muchos malos pastores, y los impelió hacia un ángulo oscuro, donde se sentaron mirándose unos a otros. Todo lo que había sido destruido de la iglesia fue reconstruido en pocos momentos de suerte que pudiera celebrarse el culto divino. Vinieron sacerdotes y legos de todo el mundo trayendo piedras para reedificar los muros, ya que los cimientos no habían podido ser destruidos por los demoledores.

Ve en éxtasis a la Iglesia abandonada y afligida.

He visto a la Iglesia enteramente abandonada por completo y sola. Parece que todos huyeran de ella. Todo es contienda en torno de ella; por doquiera veo grandes miserias, odio, traición y encono, inquietud, falta de auxilio y ceguedad absoluta. De un lugar oscuro veo salir mensajeros anunciando por todas partes malas nuevas, que causan amargura en los corazones de los que las oyen, y encienden la cólera y el odio. Yo ruego con mucho fervor por los oprimidos. Sobre los lugares donde algunos hacen oración veo descender luces, y sobre todos los demás, negras
tinieblas. Este estado de cosas es espantoso. He rogado a Dios que tenga misericordia. ¡Oh ciudad!... (Roma) ¡Oh ciudad!... ¡Qué gran calamidad te amenaza!...La tempestad está próxima; prepárate, pues. Confío, sin embargo, en que has de permanecer firme.

Supervivencia de la Iglesia e indignidad de los cristianos.
(4 de octubre de 1822)

Cuando esta noche vi a San Francisco llevando sobre sus hombros la iglesia, según la visión que tuvo el Papa, vi que un hombre de corta estatura en cuyo rostro había algo de judío, llevaba a cuestas la Iglesia de San Pedro, lo cual me pareció muy peligroso. En la parte norte, sobre la Iglesia, estaba María protegiéndola bajo su manto. Diríase que aquel hombre iba a caer. Parecióme seglar y que le conocía yo. Aquellos doce a quienes siempre veo como nuevos
apóstoles, venían a socorrerle, pero demasiado despacio. Ya iba a caer, cuando por fin llegaron todos y se pusieron debajo de ella; también ayudaron muchos ángeles. Tratábase de salvar sólo el suelo y la parte posterior de la iglesia, pues todo lo demás lo habían destruido las sectas y aún los mismos eclesiásticos. Aquellos llevaban a la iglesia a otro lugar y parecía que a su paso venían por tierra muchos palacios como si fueran campos de mieses. Viendo en ruina a la Iglesia de San Pedro y los muchos eclesiásticos que habían trabajado en destruirla sin que ninguno quisiera decir delante de los demás lo que había hecho, sentí tal tristeza que hube de clamar en alta voz pidiendo a Jesús misericordia.
Entonces ví delante de mí a mi Celestial esposo en figura de un mancebo, quien habló largo tiempo conmigo. Me dijo que esta traslación de la Iglesia significaba que en la apariencia había de caer en tierra por completo, pero que descansaba en estas columnas y que de ellas había de surgir de nuevo; que aunque no quedara más que un solo cristiano católico en el mundo, ella podía vencer, pues no está fundada en la razón ni en el consejo de los hombres. Luego me mostró que en la Iglesia nunca habían faltado fieles que hicieran oración y padecieran por ella. Mostróme además lo que Él había padecido por la Iglesia, la virtud que había comunicado a los méritos y trabajos de los mártires y que todo lo volvería a padecer de nuevo si fuera posible. También me mostró en innumerables escenas la miserable conducta de los cristianos y de los eclesiásticos, en círculos cada vez mayores, en todo el mundo y en mi patria, y me
exhortó a orar con perseverancia y a padecer por ellos. Había una grandeza y tristeza incomprensibles en esta escena, que no puedo describir. También se me dio a entender que casi no quedaban ya cristianos en el sentido en que antes se tomaba esta palabra, así como entendí que los judíos que ahora existen, son todos ellos fariseos y aún peores que fariseos. El solo pueblo de Judit(*) en África está compuesto de antiguos verdaderos judíos. Esta visión me afligió mucho.

(*) De esta Judit se habla extensamente en el capítulo Visiones de una comunidad hebrea en Abisinia.

Visión de la bestia del mar y del Cordero de Dios.
(Agosto a Octubre de 1820)

Veo a nuevos mártires, no de ahora, sino de tiempos futuros. Veo su aflicción y veo que se precipitan los hechos. He visto a las sociedades secretas trabajar y combatir cada vez con mayor intensidad para destruir a la gran Iglesia; y he visto entre esta gente a un espantoso animal, salido del mar (5).
El monstruo tenía cola como de pez, melena como de león y muchas cabezas alrededor de una mayor que las otras, erizada, formando una corona. Sus fauces eran grandes y rojas. Estaba manchado como un tigre y andaba confiadamente entre aquellos sectarios destructores. Muchas veces estaba en medio de ellos, mientras trabajaban, y también ellos iban a buscarlo en la caverna donde solía esconderse.
Mientras estas cosas sucedían, he visto aquí y allá, en el mundo entero, muchos buenos y piadosos hombres, especialmente eclesiásticos, atormentados, encarcelados y oprimidos, y tuve el sentimiento interior de que un día habría nuevos mártires. Cuando la Iglesia estaba en gran parte destruida, de tal modo que no quedaba más que el coro y el altar mayor, vi a estos destructores, juntamente con la bestia, entrara en la Iglesia. Allí encontraron a una Señora grande y magnífica, que parecía estar en cinta, pues caminaba lentamente. Los enemigos quedaron muy admirados y espantados, y la bestia no pudo dar un paso más. Extendió furiosamente el cuello hacia la Señora, como si quisiera tragarla, pero ella se volvió y cayó postrada sobre su rostro. Ví entonces a la bestia huir de nuevo hacia el mar y a los enemigos correr, confundidos y desconcertados, atropellándose unos a otros: porque ví que, en torno de la
Iglesia, venían desde lejos y se aproximaban grandes círculos, en la tierra y en el cielo. El primer círculo estaba formado de jóvenes y de doncellas; el segundo, de personas casadas de todos los estados, entre ellos reyes y reinas; el tercero, de personas pertenecientes a las órdenes religiosas; el cuarto, de guerreros, delante de los cuales ví a un jinete sobre y un caballo blanco. El último círculo estaba compuesto de labradores y gente de la comarca, muchos de ellos
señalados con una cruz roja en la frente. Mientras se acercaban, los prisioneros y oprimidos fueron liberados y se juntaron con ellos.
Los destructores y conjurados fueron echados de todos los puntos, reunidos delante de aquellos círculos, y se encontraban, sin saber cómo, juntos en un escuadrón, envueltos en confusión y tinieblas. No sabían ni lo que habían hecho ni lo que debían hacer y con la cabeza baja se precipitaron unos contra otros, como los veo hacer a menudo. Cuando todos estuvieron reunidos confusamente, los ví abandonar la obra de destrucción y perderse desorientados entre los
diversos círculos.
He visto después a la Iglesia, de nuevo, rápidamente restaurada, con mayor esplendor que antes, pues las gentes de todos los círculos, de una extremidad a la otra del mundo, se alcanzaban unas a otras las piedras para reedificarla.
Cuando esos círculos se aproximaban, el primero o el más interno se colocaba detrás de los otros. Parecía que se distribuían entre ellos las obras diversas de oración y como si el círculo de los guerreros comenzase obras de guerra. En este círculo me parecían confundidos amigos y enemigos de todos los pueblos. Eran verdaderos soldados de nuestra especie y color. Este círculo, sin embargo, no estaba del todo cerrado, sino que hacia el Septentrión tenía una mancha
amplia y oscura, como una abertura, como un abismo. Este abismo se extendía hacia abajo, en las tinieblas, precisamente como en los umbrales del Paraíso, en aquel punto donde Adán, arrojado, salió afuera. Me parecía como si allá abajo se extendiese un oscuro y tenebroso lugar. He visto como si porciones de este círculo quedasen atrás y no quisiesen avanzar y éstos se mantuviesen estrechados entre sí y tristes los rostros, mirándose unos a otros. En todos
estos círculos he visto a muchos que serán mártires de Jesucristo, ya que había también muchos malos y por esta causa habría otra división.
Vi que la Iglesia había sido del todo restaurada, y sobre ella el Cordero de Dios, encima del monte, y en torno de Él, un círculo de vírgenes con palmas en las manos, y los cinco círculos de las escuadras celestes, como los de la tierra. Los círculos celestes habían avanzado juntamente con los terrestres y obraban de común acuerdo. En torno del Cordero estaban las cuatro imágenes apocalípticas de los animales sagrados.

Esta iglesia maldita es pura inmundicia, es la vaciedad y las tinieblas. Casi ninguno de los suyos conoce las tinieblas en las cuales trabaja. Todo es en ella vana oscuridad; sus escarpados muros nada contienen; el altar que usan, es una silla. En una mesa hay una calavera cubierta, entre dos luces; a veces la descubren. En sus “consagraciones” echan mano a dagas desnudas. Aquí está el mal sin mezcla de bien; ésta es la comunión de la gente non sancta. Yo no puedo declarar con palabras cuán abominables son, y cuán perniciosos y vanos los intentos de esta asociación, desconocidos en gran parte por sus mismos adeptos. Quieren hacerse todos un solo cuerpo con algo que no es Jesucristo. Habiendo yo apartado a uno de ellos, se llenaron de furor contra mí. Cuando la ciencia se divorció de la fe, surgió esta iglesia sin Salvador, sin creencia; esta comunión de “santos” sin fe; la contraiglesia, cuyo centro es la maldad, el error, la mentira, la hipocresía, la flaqueza y la astucia. Nació así un cuerpo, una comunidad fuera del cuerpo de Jesucristo, o sea, fuera de la Iglesia; una iglesia falsa sin Salvador, cuyo misterio es no tener misterio alguno.
Distinta en cada lugar, temporal, infinita, cortesana, egoísta, dañosa y que a pesar de las obras buenas de que se precia, conduce finalmente al abismo de la miseria. El mayor peligro que ofrece en su aparente inocuidad. En todas partes hacen y desean cosas diferentes; en muchas obran sigilosamente; en otras preparan ruinas sin que sean conocidos, sino de pocos, sus malvados planes. Así coinciden todos con sus obras en un centro que es el mal, y obran y trabajan fuera de Cristo, porque en Él únicamente es santificada toda vida y fuera de cuyo reino toda obra es trabajo que permanece en la muerte y en el demonio.

Los trabajos de las sectas.
(Fiesta de la Candelaria)

En estos días he visto muchas maravillas de la Iglesia. La Iglesia de San Pedro estaba casi destruida por las sectas; pero los trabajos de éstas fueron aniquilados y todas sus pertenencias, mandiles y utensilios, quemados en un lugar inmundo por la mano del verdugo. Había allí pelo de caballo que exhalaba tal hedor, que me causó mucho daño. En esta visión se me presentó la Madre de Dios ejercitando su poder a favor de la Iglesia. Desde entonces mi devoción a María es
cada vez mayor.

Visión de la época del Anticristo.

Después de haber visto la cesación del santo sacrificio de la Misa, en la época del Anticristo, continuó narrando lo siguiente:
He visto un gran cuadro eclesiástico, pero no soy capaz de reproducir todo el conjunto. He visto la Iglesia de San Pedro y en torno de ella muchos campos, jardines, vecindades y bosques. He visto a muchas personas contemporáneas nuestras de todas las partes del mundo y muchísimas otras que conozco personalmente o por medio de las visiones, que entraban en la Iglesia, y parte de ellas paseaban con indiferencia yendo a otros puestos diversos.
Había dentro una gran solemnidad y sobre ella se veía una nube luminosa de la cual descendían apóstoles y obispos santos, que se reunían en coro sobre el altar. Entre ellos he visto a Agustín y a Ambrosio y a todos aquellos que han hecho mucho por la exaltación de la Iglesia. Había una gran solemnidad y se celebró la Misa.
Y yo he visto en medio de la iglesia un gran Cristo abierto de cuyo lado más largo pendían tres sellos; de cada uno de los más estrechos dos solos estaba abierto más bien hacia la parte anterior de la iglesia, que en el centro de la misma. He visto también encima al evangelista Juan y supe que eran las revelaciones que tuvo en la isla de Patmos.
Aquel libro estaba apoyado sobre un atril en el coro. Alguna cosa había tenido lugar antes que este libro hubiese sido abierto, pero he olvidado lo que fue. Es una verdad, lástima que aquí haya un aviso en mi visión. El Papa no estaba en la iglesia. Estaba escondido. Creo que aquellas gentes que había en la iglesia no sabían dónde estaba él. No sé ya si él estaba en oración, o hubiese muerto.
He visto por los demás que todas aquellas gentes tenían que poner la mano sobre cierto paisaje en el libro de los evangelios, fueron eclesiásticos o laicos, y que entre muchos de ellos descendió una luz, como una señal que los santos apóstoles y obispos les participaban. He visto también que muchos hacían este acto superficialmente. Fuera de la iglesia he visto aproximarse a muchos judíos que querían entrar, pero no lo podían hacer aún. Al fin llegó toda entera la
multitud que al principio no había podido entrar adentro. Era un pueblo innumerable. Entonces he visto de improviso aquel libro ser tocado por un contacto sobrenatural y cerrarse enseguida. Esto me hizo acordar cómo una vez en el convento, de noche, el demonio me apagó la luz y me cerró el libro.
En torno de allí, pero en lontananza he visto una espantosa y sangrienta batalla y ví una gigantesca lucha del lado del Septentrión y del lado del Occidente. Este fue un cuadro grande y muy serio. Siento haber olvidado aquel lugar del libro sobre el cual los hombres debían poner los dedos.

Ve los estragos que causan los enemigos a la Iglesia y a la futura restauración por medio de María.
(Pascua de 1820)

Cuando Ana Catalina tuvo esta visión, el guía le dijo que abarcaba siete espacios determinados de tiempo; no pudo luego, al relatar, fijar los límites de cada tiempo ni decir cuál de esos tiempos correspondían a dichos acontecimientos.
He visto a la tierra como en una superficie redonda, cubierta de oscuridad y tinieblas. Todo estaba corrompido y a punto de perecer. Esto lo he visto muy detalladamente en todas las criaturas, en los árboles, en los arbustos, en las plantas, en las flores, en los campos. Parecía como si las aguas de los arroyos de las fuentes, ríos y mares fuesen sorbidas y volviesen a su origen. Fui por la tierra desolada y ví a los ríos como líneas delgadas, a los mares como negros
abismos en medio de los cuales sólo había algunas gritas con agua. Todo lo demás era fango espeso y oscuro donde veía toda suerte de animales monstruosos y peces luchando con la muerte. Vi tanta distancia alrededor que pude distinguir con toda claridad las orillas del mar donde en otra ocasión yo había visto que San Clemente fue sumergido.
Vi también lugares y muchedumbre de gentes tristes y turbadas y muchas ruinas.
A medida que crecían la sequedad y la desolación de la tierra, se aumentaban las obras tenebrosas de los hombres. Vi muchas maldades, en particular reconocí a Roma y ví la opresión que padecía la iglesia y su decadencia en lo interno y en lo externo. Vi grandes ejércitos que se dirigían a un mismo punto desde varias regiones y todos estaban empeñados en luchas y batallas. En medio de ellos he visto una gran mancha negra a manera de un enorme agujero y en torno de él los combatientes eran cada vez menos, como si cayeran en aquél abismo como si nadie los viese caer.
Durante esa lucha ví en medio de tanta ruina y corrupción a doce hombres, en diferentes comarcas. Sin conocer ni tener noticias los unos de los otros, recibir como torrentes del agua viva que deriva de la vida eterna. Ví que todos ellos trabajaban en lo mismo, en diferentes lugares y que no sabían de dónde les venían los dones necesarios, pues cuando acababan una misión les encomendaban otra. Eran doce y ninguno de ellos pasaba de los cuarenta años. Tres eran
sacerdotes y alguno otro quería serlo. Vi también que algunas veces yo tenía relación con alguno de ellos, como si le conociera o estuviera cerca de él. En sus trajes no había nada de particular; cada uno de ellos vestía según el uso actual de su país. Vi que obtuvieran de Dios lo que se había perdido y cómo en todas partes obraban el bien. Todos eran católicos.
En medio de la tenebrosa corrupción ví falsos profetas y otras personas que trabajan contra los escritos de estos doce apóstoles, los cuales desaparecían con frecuencia en medio del tumulto y luego salían otra vez más resplandecientes que antes. Ví unas mujeres que estaban como en éxtasis y junto a ellas hombres que las magnetizaban. Ellas predecían lo futuro; pero a mí me causaba aversión y horror, me pareció ver aquella mujer de Münster y pensé dentro de mí,
con inquietud que al menos el padre Limberg, no estaría junto a ellas. Cuando las filas de los que combatían en torno de aquel negro abismo se aclararon más y más, y en medio del combate desapareció toda una ciudad, aquellos doce hombres apóstoles aumentaron mucho el número de los que peleaban a su lado y desde la otra ciudad (la verdadera ciudad de Dios, Roma) salió un cono de luz que penetró en el oscuro disco. Ví por arriba de la iglesia, humillada y
menoscabada, una hermosísima Señora con un manto azul celeste muy extendido y con una corona de estrellas en la cabeza. De Ella procedía la luz que penetraba cada vez más en la oscuridad, y allí donde llegaba esa luz, todo era renovado y todo volvía a prosperar. Los nuevos apóstoles entraron todos en aquella luz. Yo creía haber visto a mí misma con otros a quienes conocía, que estábamos delante, en lo alto. En una gran ciudad vi. una iglesia, la más pequeña
entre otras, que llegaba a ser la primera. Los nuevos apóstoles fueron iluminados por la luz. Creo haber visto con ellos a la cabeza, a otros que no conozco.
Todo volvió a florecer de nuevo. Vi un nuevo Papa muy severo. El abismo se hacía cada vez más estrecho: se hizo tan pequeño que podía ser cubierto con un balde de agua. Finalmente ví tres ejércitos o comunidades se unían a la luz. Había entre ellos personas buenas e ilustradas, las cuáles entraron en la iglesia. Todo se había renovado y estaba floreciente. Ví que se edificaron iglesias y monasterios. Durante aquella tenebrosa aridez, fui trasportada a un prado
lleno de verdor y de cándidas flores que otras veces había tenido que recordar después. Encontré un vallado de espinas, con el cual me había lacerado y arañado mucho durante aquellos tiempos ocurridos. Ahora estaba todo florido y penetré en él alegremente.

Las llagas del Señor derraman bendiciones sobre la Iglesia y el mundo.

El arcángel San Miguel descendió de la iglesia y ví sobre ella, en el cielo, una gran cruz luminosa, de la cual pendía el Salvador. De sus llagas descendían sobre el mundo franjas de luz que se difundían por todas partes. Las llagas eran rojas y como brillantes puertas, y el centro de ellas, dorado como el sol. No llevaba la corona de espinas, pero de las heridas de su cabeza salían rayos horizontales de luz que iluminaban el mundo. Los rayos que salían de las manos y de
los pies eran como el arco iris y se dividían en rayos muy finos, y, muchos, iban a iluminar aldeas, ciudades y casas por el mundo entero. Ví estos rayos en muchos lugares al mismo tiempo, cerca y lejos, descender sobre toda clase de moribundos y atraer con violencia a las almas, las cuales, por uno de estos colores del arco iris, se corrían hacia las llagas del Salvador. Los rayos de la herida del costado descendían sobre la iglesia que estaba debajo, como un torrente ancho y caudaloso. De esta suerte resplandecía la iglesia y por este torrente de luz entraban la mayor parte de las almas en el Señor.
Ví oscilar en el cielo un corazón rojo y brillante unido con la cruz por una franja luminosa que de él salía hacia la herida del costado del Salvador. Otra franja luminosa, que partía también del corazón, se extendía sobre la iglesia y sobre muchas comarcas. Estos rayos de luz atraían a muchas almas al corazón y pasando a través de él iban por la faja de luz que lo unía con la cruz y entraban en el costado de Jesús. Se me dijo que este corazón era el de María.
Además de los rayos luminosos, pendían de las llagas unas escalas, algunas de las cuales no llegaban a tierra. Estas escalas eran unas treinta, diferentes todas entre sí: las había anchas y estrechas, unas con peldaños juntos y otras con peldaños separados, unas aisladas, otras juntas y agrupadas. Sus colores eran los mismos del lugar de purificación, oscuros, claros, grises, cada vez más vivos a medida que se subía en ellas.
Por estas escalas ví subir trabajosamente a muchas almas. Unas iban rápidamente, como si hubiera quien las ayudara a andar con firmeza; otras se empujaban unas a otras y caían en los escalones inferiores; algunas caían en la oscuridad más profunda. Aquella trabajosa subida parecía más conmovedora cuando se la comparaba con la alegre entrada de las que eran atraídas a modo de absorción. Las que subían sin retroceder con paso firme, parecía que estaban
más unidas con la iglesia que con las otras que se detenían o esperaban o se quedaban solas.


Detrás de la cruz, muy adentro, allá en el cielo, ví muchas imágenes de la obra de la Redención en el camino de la divina gracia, a través de la historia del mundo hasta su cumplimiento en la Redención. Yo no me detuve en ningún punto; recorrí la franja luminosa viéndolo todo.

Ve la proximidad del reino de Dios.

Cuando hubo cesado el combate en la tierra, la iglesia y el ángel se tornaron blancos y resplandecientes, y el ángel desapareció. También desapareció la cruz, y en el lugar que ella ocupaba apareció una Señora alta y resplandeciente, encima de la iglesia, extendiendo sobre ella su dorado y brillante manto. Debajo en la iglesia se oyeron voces de mutua humillación y reconciliación. Ví a obispos y pastores acercarse y cambiar sus libros. Las sectas reconocieron a la iglesia por su admirable victoria y por la luz de la revelación que habían visto resplandecer en ella. Cuando ví esa unión, sentí profundamente la proximidad del reino de Dios. Ví un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y un santo impulso en todos los hombres, como cuando se aproximaba el nacimiento de Jesús, y de tal manera sentí la proximidad del reino de Dios, que me ví obligada a salir a su encuentro. (En esta parte de la visión, oraba en alta voz).
De la venida de María tuve un vivísimo presentimiento. Ví a su estirpe ennoblecerse a medida que se iba acercando a esta flor. Ví venir a María: cómo la ví, no podría decirlo. De la misma manera siento la proximidad del reino de Dios. Sólo puedo comparar aquel sentir con este modo de ver. El reino de Dios lo ví acercarse cumpliéndose el anhelo de muchos fieles atraídos por la fe humilde y el ardentísimo amor. Ví aparecer en la tierra muchos rebaños pequeños y luminosos
de corderos, apacentados por pastores; ví que éstos eran verdaderos pastores de Aquél que, como Cordero, dio su sangre por nosotros; y ví que un amor infinito y una virtud divina reinaban entre los hombres.
Cerca de mí ví pastores, de quienes yo sabía que no pensaban en nada de esto, y deseé vivamente que despertaran de su sueño.

Ve la Iglesia de Roma.
(27 de Diciembre de 1820)

Veo a la Iglesia Romana resplandeciente como el sol. De ella salían rayos a torrentes que se dilataban por el mundo entero. Me fue dicho que esto se refería a la revelación de San Juan, mediante los cuales algunos cristianos debían recibir parte de esa luz y que ésta recaería por entero a favor de la iglesia. He visto acerca de esto un cuadro muy preciso,
pero no lo puedo expresar con palabras.

Ve a la Iglesia después del combate.

Ví a la iglesia después del anterior combate resplandeciente como el sol. En ella se celebraba una gran solemnidad y ví que entraban muchas procesiones. Ví un nuevo Papa muy severo y riguroso. Antes de empezar la fiesta había despedido a muchos obispos y pastores, porque eran malos. Ví que concurrieron a la celebración de esta fiesta los santos Apóstoles es especialmente. Entonces ví muy próximo el cumplimiento de estas palabras: “Señor, venga a nos el tu reino”. Apréciame ver descender de lo alto luminosos jardines celestiales y unirse con lugares
inflamados de la tierra y todo allí sumergirse en la luz primitiva. Los enemigos, que habían huido del combate, no fueron perseguidos, pero se dispersaron.

Visión de la Jerusalén celestial.

Ví en las brillantes calles de la ciudad de Dios muchos palacios y jardines resplandecientes, en los cuales había innumerables cohortes de santos, que discurrían alabando a Dios y derramando sus gracias sobre los hombres. En la celestial Jerusalén no hay ninguna iglesia: el mismo Cristo es la iglesia. María reina en la ciudad de Dios, y sobre ella están Cristo y la Santísima Trinidad. Desde Ella desciende sobre María celestial rocío, que se difunde sobre toda la santa ciudad.

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